María de Buenos Aires

martes, 14 de septiembre de 2010

Memorias de personajes inolvidables II



Yo tuve en el liceo Manuel Rosé de la ciudad de Las Piedras, en la década del 60 del siglo pasado, cuando se dictó el primer Preparatorios Nocturno de Abogacía, un extraordinario profesor de Historia Nacional y Americana. Fue uno de los que más contribuyó para que yo fuera una lectora crítica. Su sabiduría no era puramente histórica sino de la vida y sus circunstancias. Si el tema era Artigas, lo único que nos faltaba era que el prócer abriera la puerta del salón, entrara a nuestra clase y nos saludara cordialmente, pero no con sus frases célebres sino con un fuerte apretón de manos. Todos escuchábamos al profesor con devoción, nadie faltaba a sus clases, porque además de ser imprescindibles para el conocimiento, eran de una atractiva amenidad.
Fue también, un parlamentario de verbo encendido e implacable, de propuesta nacionalizadora e integracionista, un periodista y ensayista estupendo con una vasta obra publicada. Pero hoy, no quiero rescatar al vivaz legislador/escritor que supo ser, sino al profesor que era, como decía Antonio Machado: “en el buen sentido de la palabra, bueno”.
Sus clases eran muy amenas, porque “salpicaba” con anécdotas contadas con un pintoresco lenguaje de una gracia sin límites, los más intrincados temas históricos. No había Internet, pero él nos traía documentos que leía con su voz clara y sonora, para que asimiláramos el conocimiento desde las mismas fuentes. Así supimos que Hernandarias, para que los españoles no se siguieran amancebando con las indias, había escrito al rey pidiéndole que enviara a estas tierras a “las chicas sin remedio”- las imaginábamos feas y viejas- para casarlas acá con sus coterráneos. Nosotras-con sigilo- nos mirábamos las unas a las otras para tratar de ver en nuestras caras, a las “chicas sin remedio” que habrían sido nuestras antepasadas. También nos decía que “los ingleses hilaban fino” y así entendíamos-sencillamente- que cuando no se nos quedaban con una cosa se nos quedaban con otra. Como ya aprendimos con rigor, no fueron los únicos.
Vivía en Las Piedras, su ciudad natal, en una vieja casona, donde tenía una biblioteca descomunal, cuyos libros nos prestaba, generosamente, para preparar pruebas y exámenes. Su sistema era sencillo, tomaba sin vacilar el libro que solicitábamos del estante correspondiente, agarraba un cuadernito, anotaba nuestro nombre y dirección y nos lo prestaba. No sin antes, darnos explicaciones que eran estupendas clases extras.
Cuando supo que muchos de nosotros no íbamos a seguir Abogacía, sino Literatura- en mi caso- Historia – en otros- Nos dio una lista de autores uruguayos que debíamos leer para conocer bien nuestras letras y nuestra historia. Entre ellos estaba-lo recuerdo claramente- Felisberto Hernández.
Señalé que fue uno de los profesores que más contribuyó para que yo lograra llegar a ser una lectora crítica. Y así fue. A partir de sus enseñanzas aprendí que hay más de una biblioteca para juzgar los hechos históricos y que se necesita ampliar constantemente el nivel cultural para poder leer entrelíneas.
Cuando teníamos prueba escrita, él se paseaba entre los bancos, no para censurarnos, sino para brindarnos ayuda. Un día en una de esas pruebas, vio sobre mi mesa un ejemplar de “Facundo” de Faustino Domingo Sarmiento. Lo levantó y me dijo: -“Cuidado con lo que Sarmiento escribió acá”.
-“Es un libro que tengo que leer para Literatura”, le contesté.
-“Sí, sí, para literatura sí, pero desde el punto de vista histórico, no”- afirmó, dejándome atónita.
Siguió caminando por el pasillo. Antes de llegar a su escritorio, se dio vuelta y con su sonrisa bonachona me dijo:

“Mi hijo se llama Facundo”.

De él se han dicho hermosísimas expresiones, como ésta por ejemplo: “Sembrador de estrellas”.
Para mí fue un profesor magistral, uno de los que me enseñó a pensar.
Todos los que fuimos sus alumnos lo tenemos presente, y-en mi caso- escribir sobre este formador de personas, es una manera de rescatarlo y revivirlo.
Concluyo este “memorio”, del siempre recordado profesor Vivián Trías, con este emotivo fragmento de Eduardo Galeano:

“Yo soy uno de los muchos que lo mantendremos vivo a través de nuestra memoria y de nuestros actos. En el fondo de nuestros corazones latirá siempre la imagen de aquel hombre bueno y sabio que en la rueda del mate o café sabía contar, tiernamente, las pequeñas historias de su pueblo, Las Piedras, donde había nacido y amado hasta que vino la muerte y lo arrancó de nosotros. Muchos lo quisimos y no sólo en sus aciertos, lo que hubiera sido fácil, sino también en sus ingenuidades y en sus errores. Con nuestras piernas continuará caminando; y nuestro país de hombres libres redimirá su soledad”.

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