María de Buenos Aires

miércoles, 22 de junio de 2011

"Un cuento chino"

“Un cuento chino”, tiene, para nosotros, el consabido significado de “mentira” o “fantasía”.
En este caso, es el título de la película con la cual el director y guionista Sebastián Borensztein, logró una obra admirable con la actuación de Ricardo Darín y el “chino” Huang Sheng Huang.

A partir de una noticia de la vida real, la estupenda creatividad de Borensztein consiguió plasmar un insólito laberinto donde no faltan excelentes toques de humor. La necesidad de sobrevivir, la esperanza, la búsqueda de la solidaridad y de la convivencia tolerante, son algunos de los puntales del filme, pero no son los únicos.

¿Puede convertirse una vaca que cae del cielo en un proyectil mortal?
¿Cómo se pueden comunicar dos seres que hablan idiomas completamente distintos? ¿Por qué entra uno –inesperadamente- en la vida del otro solitario, gruñón, malhumorado, cuya existencia transcurre en una rutina sin transgresiones?
La vida: ¿Tiene sentido o es absurda en muchas de sus manifestaciones?
Quizás podamos encontrar respuestas a muchas de estas interrogantes en la película.
En este video que les dejo, el realizador y los protagonistas nos dan sus opiniones. Es decir, nos muestran algo de “la cocina” del filme.
¡No dejen de verlo! ¡No se van a arrepentir!


viernes, 10 de junio de 2011

Memorias de una cronopia variopinta Virginia Gamba "Chocolate chino en Budapest"


Desde que comencé a leer no paré. Sigo hurgando en librerías, al mismo tiempo que mi pequeño apartamento continúa engrosando con más y más libros por doquier. Todavía no llegué al “e-lector”. Aún soy “una lectora de papel”. Tengo en el archivo de la compu una buena selección de textos digitales, pero me atrae más el formato tradicional, quizás porque va conmigo como un amante ideal en “cualquier día, cualquier hora, en cualquier lugar”-como cantaba un viejo bolero.

Leí una breve presentación sobre el libro de Virginia Gamba: “Chocolate chino en Budapest” en el periódico argentino “La Nación”, acompañado, además, con un extracto que me gustó por su estilo desenfadado y risueño. El título de la presentación también era atractivo: “Bohemia en tránsito”, y marcaba estas “etiquetas”: “autobiografía, humor, retrato de un siglo en mutación, hilarante relato de viaje”….. Eso me bastó para ir a una de las librerías “Yenny” –realmente con poca esperanza de conseguirlo-, sin embargo, allí estaba. Pensé que sería una lectura amena para hacer en este período de tiempo en que mi esposo tiene problemas de salud y necesita internaciones periódicas. Obviamente, yo me interno con él y cuando se encuentra bien y descansa, aprovecho para leer. Cada lectura tiene un tiempo exacto para hacerla. Este libro resultó especial para esta situación que estoy viviendo. No creo que haya nada librado al azar en la vida de nadie; ni los encuentros ni los desencuentros. Tampoco las lecturas.
Comencé el libro en una fría tarde de fines de mayo. Se podía percibir desde la ventana del hospital, la helada temperatura en la gente que transitaba por la calle arrebujada en pulóveres y bufandas. Mi esposo dormitaba con tranquilidad lo cual me permitió “sumergirme” en la lectura. “El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma” dicen que afirmó Marcel Prevost; el libro de Virginia Gamba logró “meterme” en su relato como si me absorbiera.
En primer lugar debo decir que su principal atractivo radica en una escritura narrativa dinámica, entretenida y risueña. La autora-selectivamente- narra las experiencias de aprendizaje que fue cosechando en diferentes instancias de su vida.
Optó por una profesión nada común para una mujer: estratega universitaria.
¿Qué es una estratega universitaria? Es una experta en temas de seguridad humana y resolución de conflictos. Una profesión nada común ni sencilla para ser desempeñada por una mujer, porque-tradicionalmente- los estrategas han sido hombres y…militares.
El libro es- también- un compendio de “autoayuda o de superación personal”. Desde la presentación puede sentirse esa idea:
“Nací en San Martín, provincia de Buenos Aires, pero pasé mi infancia en Bolivia y Perú. Siguiendo el consejo del poeta Robert Graves, me eduqué en Inglaterra. Siempre pensé en ser ama de casa o arqueóloga hasta que por accidente, encontré mi verdadera vocación, la estrategia. Como académica, como escritora y técnica en asuntos de seguridad humana trabajé en cuatro continentes. Mientras buscaba lo que no conocía, encontré lo que no esperaba: gané el Premio Nobel de la Paz de 1995 como miembro de la organización Pugwash por el desarme nuclear. Cuando entendí que jamás llegaría a ser tan interesante como mi madre, buena como mi hermano y valiente como mi hija, no me quedó otra cosa que encontrarle la gracia al arte de sobrevivir. Vivo en la Argentina desde el año 2008."
Un libro para leer, para disfrutar y…para pensar.

Virginia Gamba,”cronopia variopinta”, sin lugar a dudas también pudiste haberte llamado VICTORIA Gamba.
¡Millones de gracias por compartir tus vivencias!

domingo, 29 de mayo de 2011

Memorios de "Aprendo a leer"




Este recuerdo que hace tiempo me ronda, acudió como una memoria de las múltiples prácticas docentes que empleé para incentivar la lectura y la expresión oral y escrita en español.
Como ya muchos saben, mis últimos veinte años de docencia directa, los dediqué a una institución internacional donde había alumnos de diferentes nacionalidades. Enseñé todos los niveles, y pasé por muchas vicisitudes; desde los que llegaban sin una palabra de español, a veces con una furibunda negativa a aprenderlo- actitud que me entristecía muchísimo hasta que supe las motivaciones psicológicas que la provocaban- hasta los niveles más avanzados que se presentaban en los exámenes de Lengua y Literatura del prestigioso programa “Advanced Placement” de los Estados Unidos.
Las clases eran-habitualmente- “multilevel”- es decir que estaban integradas por alumnos que tenían diferentes niveles de conocimiento del idioma.
En estos casos, hay que trabajar como lo hace un “maestro rural”,- varios grados al mismo tiempo y en el mismo lugar-. No es fácil, y el que ha hecho la experiencia lo sabe, pero, con diferentes estrategias prácticas que se van aprendiendo e inventando,- más que nada esto último- se pueden lograr resultados asombrosos.
Esta práctica que ya no recuerdo de dónde saqué, me dio muy buen resultado, por eso la evoco con afecto:

De tarea, cada alumno tenía que traer a clase un “objeto” que hubiera tenido algo que ver con alguna experiencia positiva o negativa en la niñez, y hacer -según el nivel-, una descripción o una narración.
La posibilidad de expresar gustos y disgustos, sentimientos y afinidades, en todo ser humano, pero más aún en los llamados alumnos de “terceras culturas” juega un rol importante, porque se han mudado de lugar tantas veces, que les resulta difícil reconocer de dónde son, a qué mundo pertenecen, dónde están sus afectos, y cuáles son o van a ser los que van a mantener de por vida. Para vencer posibles resistencias, como “no conservo nada de la infancia, mis cosas están en otro país, no tengo nada importante, regalé todo cuando me mudé” o “I hate Spanish!”... -que son algunas de las respuestas posibles-, previamente, “modelé”. Llevé uno de mis objetos “importantes” -elegido especialmente para la ocasión, sin decir si era “preciado” o “detestado”-, y hablé de él y del motivo por el cual había permanecido en el recuerdo.
Empecé mostrándolo, dejando que lo observaran, lo tocaran, lo abrieran, lo “curiosearan”. Uno de los alumnos- de los más resistentes a hablar en español- me dijo: “Ms. Stanley: It is an old book”.
Sí, le contesté- es un viejo libro; no tan viejo como yo, pero casi.
Yo hablaba español durante toda la clase contra viento y marea, ya que tenía y sigo teniendo la convicción de que lo mejor para aprender un idioma es “sumergirse en él”, evitando-en lo posible- las traducciones.
- Un viejo libro que fue el primer libro escolar que tuve, continué explicando.
De a poco sentí que el relato les iba interesando. He aquí una especie de “reconstrucción”:

Hace muchos años, cuando empecé el primer año escolar, en la escuela de monjas Niño Jesús de Praga- que ya no existe más-, tuve menos juegos y rondas. Allí me dieron este libro para aprender a leer.
La práctica me aburría bastante porque en la Jardinera de la Scuola Italiana,donde iba anteriormente, ya había aprendido a juntar letras de madera y armaba palabras que leía sin dificultad. Para mí, aprender a leer fue como aprender a respirar. Lo hice de manera espontánea y sin darme cuenta. Apenas empecé a saber que la “b” con la “a” daba “ba”, y así sucesivamente, me pasaba leyendo en voz alta todo lo que veía a mi paso. Al principio, despacio, pero no tardé en adquirir velocidad porque mi madre me proporcionaba unos preciosos libros de cuentos con dibujos de colores y letras grandes, y dejaba que al final del día - que era la hora que disponíamos para nosotras dos- se los leyera. Le parecía divertido que lo hiciera. A los cinco años, me pasaba leyendo y la lectura se convirtió en mi compañera predilecta. A los seis años, leía todo lo que había para leer en la casa. No siempre “lo adecuado y políticamente correcto”, porque pasaba muchas horas sin real vigilancia. Mi maestra de primer año, la señorita Felicia, una solterona emperifollada con túnica almidonada, no me permitía “leer de corrido” y quería a toda costa que hiciera lo mismo que las otras niñas que no habían tenido ninguna práctica anterior.
El libro era muy especial. ¿A quién se le habría ocurrido eso de: “Yo amo a mi mamá, mi mamá me mima, yo mimo a mi mamá”? Y ¿”Susy se asea?” El verbo “asearse” no era de uso común; más bien nos lavábamos o nos bañábamos. Y “¿Ese oso se asa”? Yo conocía y leía muchas historias de ositos, pero no de “osos que se asaban”. En las últimas lecciones, aparecía una “carta a la abuelita”, donde el niño contaba las últimas “novedades” en su aprendizaje. Yo también escribí una carta final contando mis peripecias en ese primer año; pero no se la di a la señorita Felicia,-estaba cansada de que me pusiera en mis composiciones: “No deben ayudarte tus padres”- sino a mi abuelita Elivia, que se rió mucho con mis ocurrencias. Fue mi segunda lectora entusiasta. (La primera, obviamente, fue mi mamá.)

Al otro día, los alumnos trajeron sus “objetos personales” y hablaron sobre ellos. Hubo objetos tanto o más singulares que el mío.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Gracias, Maestro Ernesto Sabato



Gracias por sus obras, por estar siempre en el lugar y tiempo correcto, por haber renunciado a la Física para hacer Literatura dejando el laboratorio Curie, por haber sido el esposo de Matilde y un padre estupendo de dos hijos –uno de ellos lamentablemente perdido en un terrible accidente de tránsito-.
Gracias también por haber venido al LATU de Montevideo, donde tuve la oportunidad de verlo y oírlo -con la suficiente maldita timidez que me caracteriza, que me impidió acercarme, pero con la alegría de tenerlo ahí nomás, a pocos pasos, escuchando sus sabias palabras siempre certeras-.
Pero por sobre todas las cosas, gracias por su obra, en especial, por sus ensayos; sin lugar a dudas por los que escribió en su libro “Apologías y Rechazos” que tanto bien me hizo en épocas difíciles, cuando era una estudiante de Letras que trataba de salir a flote, chapaleando a duras penas con un sueldito de morondanga, estudiando los fines de semana, durante las vacaciones, y hasta en los ratos del viaje en trolley desde la Ciudad Vieja- donde tenía un humildísimo empleíto administrativo-, hasta el antiguo IFYCLE ( Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras), (actualmente Universidad Católica, donde pude concluir la primera Licenciatura-).
Ese libro suyo, “Apologías y Rechazos” me dio la suficiente fuerza como para vencer las adversidades que se me cruzaron en la dura vida estudiantil, en pleno período dictatorial. La dictadura no era únicamente impuesta por los militares sino también por civiles más severos que las llamadas “autoridades de facto”. ¡Cuántos buenos profesores de la época fueron expulsados y sustituidos por otros que no tenían nada más que la virtud de haber acatado sin protesta la absurda imposición! ¡Cuántas zozobras para poder leer y divulgar todo lo que estaba absolutamente prohibido! ¡Hasta el dulce “Perico” de Juan José Morosoli, fue injustamente “sacado” de las lecturas explicadas que podíamos utilizar! ¡Cuánto maltrato sufrido en aras de una “purga” brutal por motivos pura y exclusivamente represivos! ¡Cuántos horrorosos programas kilométricos “nos comimos” para satisfacer a los mandos de turno!
En “Apologías y Rechazos”-tengo la primera edición de 1979- encontré un consuelo inusual en un ensayo que usted tituló: “Los males de la educación”. En un artículo que escribí hace años para presentar en un congreso, argumenté- en base a sus ideas- lo siguiente:
“Muchos docentes continúan creyendo que el joven debe leer obligatoriamente a los clásicos o a los autores “difíciles” y por eso sostienen que es necesario que permanezcan en nuestros programas de estudio como una exigencia sin opción de cambio. Nosotros tenemos nuestras serias dudas. Cuando las hemos planteado a algunos colegas tradicionalistas hemos provocado furibundas réplicas y no pocos nos observan como suponemos que los famas deben observar a los cronopios. Felizmente, algún genio contemporáneo ha acudido en nuestra ayuda y leyéndolo hemos recobrado el aliento y la fuerza para sostener nuestras ideas. Por ejemplo: Ernesto Sábato, en un ensayo sobre los males de la educación donde señala la cantidad de títulos de libros y autores de un programa kilométrico que un chico debe leer dice: “El resultado lo conocemos, casi jamás el profesor corriente puede llegar a los últimos capítulos, o como se dice en la jerga: “no puede desarrollar el programa” con lo que el chico se queda sin conocer a los escritores contemporáneos que son los que mejor podrían hacer prender en su espíritu el amor por la literatura, porque son los que le hablarían en el lenguaje más cercano a sus angustias y esperanzas. Motivo por el cual habría que enseñar la literatura al revés, empezando por los creadores de nuestro tiempo, para que más tarde el alumno llegue a apasionarse por lo que Homero o Cervantes escribieron sobre el amor y la muerte, sobre la dicha y la esperanza, sobre la soledad y el heroísmo.”
¡Cuánta verdad en sus palabras, Maestro! A través de los años, usted me siguió convenciendo absolutamente sobre todo lo que puede aportar la buena literatura- la suya, por ejemplo, me habló en “el lenguaje más cercano a mis angustias y esperanzas”. Por eso me impulsó a seguir estudiando, a no desmayarme, a no colapsar, pese a todas las adversidades contra viento y marea.
¡Cómo no le voy a estar agradecida!
¡Descanse en paz, querido Maestro Ernesto Sabato*!

*Así, -sin tilde- firmaba él su apellido

domingo, 10 de abril de 2011

VENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA CRONOPIA URUGUAYA I





En uno de los libros más curiosos de Julio Cortázar, “Historias de cronopios y de famas”, tuve el gusto de conocer a los cronopios esos “objetos verdes, húmedos, y erizados”. Lo más llamativo de estos lúdicos personajes son sus características de “andar por la vida”, porque cuando van de viaje: “encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos” y-sin embargo- ellos creen que esas cosas insólitas les pasan a todos, por lo cual viven contentísimos.
Cortázar no les adjudicó nacionalidad, ni un determinado sexo. “La Maga” de Rayuela, la uruguaya de nombre Lucía es una cronopia que protagoniza situaciones desconcertantes, como comprobar-llorando a gritos- que en la tabla de resultados, sacó el primer premio el número que esa misma tarde, había visto -pero no comprado-,claro. Louis Armstrong fue definido por Cortázar en uno de sus memorables artículos que vale la pena leer, como un “enormísimo cronopio”.
Este preámbulo es únicamente para afirmar que yo tengo varias características de cronopia. Me pongo verde cuando me enojo; me erizo cuando me molestan y juego durante toda la vida a los mismos números del Cinco de Oro o del primer premio de la quiniela- MENOS- el día que salen. En realidad, si se piensa bien, todo el país tiene características cronopias. ¿No me creen? Por favor, sigan leyendo.
El domingo 27 de marzo en el Uruguay, fue día de votación de autoridades del Banco de Previsión Social- el popular BPS- ningún uruguayo que se preciara sabía para qué ni porqué había que votar cuando los candidatos eran casi todos únicos y –por lo tanto- no había prácticamente contienda. Eso, sí-aunque parezca paradojal- el voto era obligatorio, porque de lo contrario había que pagar una multa.
Aunque creo tener varias características cronopias, de vez en cuando me viene una “viaraza”-la RAE define este “ataque” como “una acción inconsiderada y repentina”- e intento con alma y vida convertirme en una fama, ordenadita, metódica, sin dejar nada librado al azar. Unos días antes de la votación me dio por ahí. Decidí averiguar dónde quedaba el lugar de votación que me había tocado, porque nunca había votado allí.
Los datos del plan circuital los encontré en Internet:
Dirección del circuito: COMISIÓN FOMENTO BARRIO BUCEO “ANEXO BIBLIOTECA”, CAPITAN ANTONIO PÉREZ 2815 ESQ. MICHELENA.
Como no conocía las calles las busqué en un mapa Google, aparentemente una de ellas, Michelena, salía cerca del cementerio del Buceo, así que lo único que tenía que hacer era ir hasta allí y buscar “Capitán Antonio Pérez” y el número 2815. Sencillito y prolijo. ¿Verdad?
Llegué hasta una estación de servicio en las inmediaciones del cementerio donde me informaron que Michelena era una de las laterales y que quizás, podría encontrar la otra “entre las viviendas”. Caminé por Michelena-la calle encontrada- y ubiqué las viviendas. Pensé que un guardia que había en una caseta me podría orientar. No fue así. No sabía casi ninguno de los nombres de las calles del barrio que cuidaba. El hombre con mate y termo,- como corresponde a un buen guardia-, negaba con la cabeza mientras se cebaba concienzudamente un amargo. En una esquina hallé una biblioteca con el nombre Amado Nervo. Miré de nuevo el instructivo: “Anexo Biblioteca”. ¿Dónde estaba ese “anexo Biblioteca”? Misterio. ¿Dónde estaba la calle que buscaba? Mayor misterio. Por la calle pasó una mujer china- o al menos así me pareció-, le pregunté por la calle “Capitán Antonio Pérez”; me miró con cara de espanto. ¿Entendería español? Quizás no. Le hablé en inglés. Mayor espanto. A los minutos y con la cara crispada por el terror, me contestó en un español vacilante y sin artículos que “no sabía donde quedaba calle, fomento, o anexo, que ella era vecina, sí era vecina, pero no conocía calle ni fomento. Fomento no sabía. No. No sabía”. Me pareció que lo que más la había impresionado, era la palabra “fomento”.
Regresé a mi casa bastante desencantada. Una vez que intentaba ser fama, las cosas se me enredaban cual cronopia.
Esa misma tarde lluviosa, con el mapa nuevamente consultado y estudiado, “volví a la carga”. Llevé la cámara de fotos para documentar cualquier indicio y a mi esposo-siempre- como guía y referente; generalmente cuando yo no veo nada, él sí lo logra. Tomamos otra vez por Michelena, nos bajamos del auto en la esquina de la biblioteca Amado Nervo y decidimos “circunvalarla” con cautela,- era la tardecita del domingo anterior a la votación y no había ni un alma por los alrededores-. Atrás del edificio de la biblioteca, apareció una construcción que tenía “incrustada” una plaqueta con el nombre de la calle “Capitán Antonio Pérez”. Nada hacía sospechar que en esa construcción anómala habría circuitos de votación pero –indudablemente era allí-.
Al domingo siguiente, cuando fui a votar, encontré a muchos perdidos sonámbulos deambulando entre las viviendas preguntando por la calle “Capitán Antonio Pérez” Anexo Biblioteca” “Comisión Fomento Barrio Buceo” y demás.
De inmediato me convertí, alegremente, en una eficiente guía, bailando “tregua y catala”:

“No señor, por ahí no se llega; no señor, esta calle no tiene ni salida ni entrada a Rivera, yo no sé por dónde se entra, yo vine por Michelena, la calle del costado ¿vio? Sí, esa de ahí. Ahora, siga ese caminito de tierra, pase los yuyitos sin embarrarse y doble a la izquierda. Verá un coqueto cartelito de papel envuelto en una bolsita de nylon, con las indicaciones que anda buscando para poder votar.
No. No es ni a la derecha ni a la izquierda. Ud. entre nomás. Va a ver una mesita con tres personas que lo van a atender enseguida. ¿Muchas personas? No. No hay. La mayoría se perdió y anda dando vueltas como galleta en boca de vieja. Diríjase a su circuito. No, señor, no. En la pared de afuera, a la entrada, va a ver el papelito que le digo, en una bolsita de nylon, Sí. Va a leer CORTE ELECTORAL. Sí. Y también leerá JUNTA ELECTORAL DPTAL. MONTEVIDEO. El resto de la información que necesita, está manuscrita. No, la letra es clara. Sí. En la bolsita de nylon.
Yo cumplí y voté. Además pude hacer “mi buena obra del día”-como me enseñaron las monjas de mi infancia- y regresé a mi casa-como buena cronopia, contentísima.
El Presidente Mujica no. Volvió a su casa, más que furioso porque después de consultas diversas y de esperar juiciosamente sentado en un banquito, no pudo votar. Al otro día en la prensa, afirmaron que “su entorno” sabía que no estaba habilitado para votar. Nadie le dijo nada. Parece. En un país cronopio todo puede suceder. “Así está el mundo, amigos”, dice Traverso al terminar el informativo de canal 10. Parafraseándolo, termino esta primera parte de crónica de venturas y desventuras-amenazando con más- con estas palabras: “Así está el Uruguay, amigos”. El resto, agréguenlo ustedes.
Mi queridísimo Cortázar, sonreiría y diría: “Buenas salenas, cronopio cronopio”

lunes, 21 de marzo de 2011

Casos y cosas: "Más vale maña que fuerza"



Hace muchos años, cuando aún era dueña de variadas aspiraciones y esperanzas, recuerdo que en mis proyectos de futuro, se veía en lontananza una casita en la playa, con techo de tejas-tipo chalet-, y un fondo con parrillero. Yo no sé si esa “casita de ensueño” tenía dos o tres piezas, un baño o dos, o un living comedor espacioso. Nada de eso era objeto de mis desvelos. El fondo con parrillero, sí. Era una condición que no podía faltar de ninguna manera. Esa “casita” –indudablemente- había sido motivo de conversaciones familiares en una época en que eran poquísimos los que la habían logrado comprar o construir en algún balneario cercano como Atlántida, La Floresta, Parque del Plata o Costa Azul. Quizás nuestros sueños llegaban hasta Punta Fría, porque Punta del Este nunca figuró en nuestras metas canarias. Éramos oriundos-yo por adopción- de La Paz, departamento de Canelones; no sé si por eso, nuestros sueños volaban bajito. Más bien eran “los sueños del pibe”-en este caso, “de la piba”.
Modestos sueños.

En su casa de La Paz, mi padre tenía un brasero portátil. Era capaz de hacer suculentos asados para una enorme cantidad de personas que “aparecían” los domingos a mediodía. Su brasero-parrillero- se prendía a las once de la mañana, en el medio del patio, protegido por la sombra del parral, bajo el ojo vigilante de “La Turquita”-su perra- y “trabajaba” intensamente hasta las tres o cuatro de la tarde. Se iba “surtiendo” con chorizos, morcillas, tripa gorda, chinchulines y diversas carnes, a medida que iban llegando los comensales amigos, vecinos, y parientes.

Como pocos soñadores de la época, mis padrinos con sacrificios innumerables lograron concretar su ideal: se compraron un terreno y construyeron una casa de veraneo en Punta Fría, donde-por supuesto- el parrillero ocupó un lugar preferencial, hasta con firma y todo.

Cuando ya jubilados, nos propusimos salir un poco de la rutina, alquilamos un apartamento en Piriápolis que tenía en el balconcito, un disfrutable parrillero.

Pero “nuestra casita de balneario”, la propia, la que-como a una deseada hija- hasta le habíamos elegido el nombre, jamás se pudo hacer realidad. Nunca tuvimos dinero suficiente.
Además, por exigencias laborales, nos vimos condenados a vivir en Montevideo en pequeños apartamentos sin ningún tipo de fondo para hacer nada. Ni siquiera un braserito-consuelo.
Para colmo de males, una preciosa terraza lateral que teníamos, nos fue anulada/cerrada por una construcción lindera que nos arruinó la vista y la tranquilidad de la vida.
Después de muchas vueltas y revueltas en fracasadas gestiones, decidimos que ya era bastante, que no podíamos seguir luchando con una burocracia protectora de los poderosos y empezamos a buscar las soluciones que ni la Intendencia Municipal de Montevideo, ni la Facultad de Ingeniería nos proporcionó. A fines del año pasado, nuestra terraza quedó convertida en una terraza-lavadero, útil, cómoda, “íntima”, -como la calificó el asesor-. Allí está instalada la lavadora, el tendedero, y hasta un rincón florido.
Pero me seguía faltando el “parrillero propio”.
Un buen día, no lo dudé más. Encontré un lugar adecuado arriba de la lavadora-convenientemente protegida por mantel y hule- compré un parrillero eléctrico, y empecé a cumplir mi sueño del asadito propio/casero dominical. Por eso, lo del título: “más vale maña que fuerza”. Si no se da de una forma, hay que buscar otra. La cuestión es lograr que nuestros modestos sueños, de alguna manera, se hagan realidad.
¿Gustan un choricito? ¿Más chimichurri?

lunes, 14 de febrero de 2011

Casos y cosas: tramiteando





Yo sé que a muchos les puede sorprender el título de la entrega de hoy, para el cual inventé un neologismo: es decir, una palabra “aparentemente” nueva, ya que los modelos para crearla ya existen en la lengua. De “trámite” se puede crear el verbo “tramitear” y de ahí su natural gerundio “tramiteando”
¿Por qué?
Porque unos meses atrás anduve “tramiteando”.
Me conquistó la idea de hacer un nuevo curso en línea-fíjense qué moderna- en una institución española. La convocatoria me llegó por medio de la SPEU, la Sociedad de Profesores de Idioma Español del Uruguay, a la cual pertenezco desde sus inicios. La Institución, impecable, difunde todo lo que pueda ser de interés. En un principio-para curarme en salud- pregunté si había “límite de edad”. Ya se sabe que cuando se llega a belloto, la discriminación por ese motivo es absolutamente normal. Pero no. ¡Albricias! –que originalmente significaba “buenas noticias” - no había límite de edad, es decir que esta bellota se podía presentar como candidata.
Sí había límite de cupo. Ah, bueno. Si solo “entran” cuarenta personas, es probable que se elijan a las más “aptas”,- léase las más jóvenes. Me invitaron-de todas formas- a llenar el formulario de inscripción. Por si las moscas, lo hice y lo envié. Hete aquí que a vuelta de correo-electrónico, por supu- me dijeron que había sido aceptada y me dieron a continuación una cantidad de instrucciones para hacer el pago vía Banco.

¿“BANCARIZACIÓN”?
En el boletín del Consejo Directivo Autónomo de Jubilados y Pensionistas de AEBU de agosto 2010,( mi esposo fue empleado bancario durante más de cuarenta años…) aparece este titular:
BANCARIZACIÓN
Nuestra propuesta de futuro
Entre los múltiples problemas que se presentan para el desarrollo de la bancarización se encuentra éste que copio textual:
“Existe un alto porcentaje de la población que no utiliza servicios bancarios para hacer sus transacciones”.
No pongo en duda de que esta afirmación, es, absolutamente cierta.
Es increíble la cantidad de vueltas que hay que dar en este país para realizar una transferencia de dinero a una institución extranjera. Me dirigí primero al banco señalado por la institución española, que obviamente tiene un pomposo nombre que indica que proviene de la madre patria. Esperé más o menos cuarenta minutos en un saloncito donde había empleados atendiendo público. No había números, por lo tanto, el lugar había que defenderlo como un bastión de guerra. Cuando llegaba alguno y miraba, alguien se encargaba de decirle: “estamos nosotros, después está el señor, también aquella señorita, y acá-señalando al bulto o sea yo- está esta señora”.
– “Yo vengo a reclamar porque me cobraron mal un recargo”…. Decía el iluso en cuestión. –“Ah, no sé- le contestaba el de turno. Hay que esperar. Todos estamos esperando”.
Cuando me llegó algo así como “el turno”-defendido a diestra y siniestra- me tocó un pelado que, haciendo un esfuerzo increíble me dijo: “¿en qué la puedo servir”?
Contenta con el recibimiento, pensé “esto será pan comido” y desarrollé mi tesina: “quiero hacer un curso en el instituto X que es español, y necesito hacer una transferencia de dinero X para la cuenta X”. Y me quedé muy oronda. - “¿Su número de cuenta, señora”?-vociferó el susodicho. “No tengo cuenta acá”. “¿No tiene cuenta acá y pretende que le hagamos una transferencia?” Ahí empecé a sentir esa sensación extraña, nauseosa, de desubicación y de “qué estoy haciendo yo acá”, que me aparece cuando siento que hice algo mal y que no sé cómo salir del paso. Para ese momento, ya todos me miraban con cara de pocos amigos, y faltaba muy poco para que se me acercara alguno de los cancerberos que abundan en esas instituciones y me sacara a patadas a la calle. “¡No señora, si no tiene cuenta acá, no podemos hacer una transferencia bancaria a ningún lado!”- gritó el desagradable de despoblada testa. Acto seguido, atendió una llamada telefónica y me dejó sentada, doblando los papeles, abochornadísima y sin saber qué hacer. Interrumpió su charla telefónica para espetarme: “Busque otro lugar que le haga la transferencia, ¡yo no estoy en eso!” Lógicamente, lo último que me gritó fue para que no le preguntara adónde me podía dirigir. Me levanté y salí corriendo para que los otros no me lincharan.
Olvidé decir que llovía a cántaros, y que aunque el banco en cuestión me queda a un par de cuadras, me mojé miserablemente. En casa, me cambié de ropa, recapacité y volví a la carga- o sea a la calle-. Enfrente tengo un local de pagos. Cuando crucé la calle evitando los charcos, vi a todas las empleadas felicísimas porque se había producido un apagón y por lo tanto no tenían que trabajar. De todas maneras hice la pregunta. Me contestaron que hacían transferencia de dinero, pero “persona a persona”. Yo tenía un número de cuenta, un IBAN y un SWIFT que no sé lo que son pero suenan importantísimos, pero eso no bastaba; necesitaba el número de cédula de alguna persona para hacer el giro.
Crucé otra vez eludiendo los pozos, hasta el Shopping Punta Carretas donde busqué otra casa similar. Por suerte, había luz, y hacían giros. ¡Sí! ¡Hacían giros a personas y también a instituciones. ¡Sí! ¡Oh, Dios misericordioso! –pensé- ¡ Lo tengo resuelto! Pues no. No lo tenía resuelto. El empleado quería que le diera el número de la institución-cada institución que trabaja con esa casa y recibe giros de dinero, tiene un número,- sin ese número no podía hacer nada. Tampoco podía averiguarlo él, tenía que hacerlo yo. Dentro del mismo Shopping fui a un banco donde sí tengo cuenta. Ahí aprendí algunas otras cosas. Los antiguos” oficiales de cuenta” se llaman ahora “ejecutivos de negocios” ¡Qué bonito! ¿No? Aquí sí había números para ser atendido, saqué uno y me dispuse a esperar con paciencia. Para entretenerme saqué el celular que nunca uso. Acto seguido uno de los guardias me dijo que adentro del banco no se podía fumar, ni usar celular o cámara fotográfica y me señaló un cartelito con los tres íconos tachados- así si uno no sabe leer puede entender lo que no se puede hacer-. Bien. Vuelta a esperar mi turno.
Allá a las cansadas y cuando estaba a punto de dormirme en un hombro vecino, el ejecutivo cantó mi número, me dijo que sí, que se podía hacer la transferencia bancaria, y que necesitaba la dirección de la institución. No le bastaba con el número de cuenta, ni el IBAN ni el SWIFT- que suenan como para impresionar-. Felizmente, pude conseguir una copia del formulario que había que llenar CON TODOS LOS DATOS OBLIGATORIOS QUE SON LOS QUE TIENEN ASTERISCOS. Lo pongo en mayúsculas para que lo sepan por si alguna vez les toca alguna circunstancia similar.
Al día siguiente, con el formulario completo, después de una espera de más de una hora, conseguí hacer la transferencia en cuestión.
Después de todas estas peripecias, logré pagar el curso en cuestión, que dicho sea de paso ya terminé. No crean que me saqué un “sote” –simplemente tengo un certificado que asegura que aprobé el curso cuyo pago me hizo dar más vueltas que galleta en boca de vieja.

Termino este artículo con esta filosófica reflexión:
¿BANCARIZACIÓN? Jajajaja ¡BANCARIOLA!

martes, 18 de enero de 2011

El primer tutú



En nuestros primeros años de casados-a finales de los sesenta- nuestro medio de locomoción fue una moto, más adelante una motoneta Vespa, y por la década del ochenta, ya ambos con las respectivas carreras concluidas, logramos tener el primer “tutú”.
Se trataba de un Toyota 700-usado por supuesto- que mi esposo logró comprar ahorrando dolarcito sobre dolarcito de los honorarios que pacientemente cobraba como abogado. Todo lo que hacía lo guardaba con esa finalidad. Un buen día apareció el Toyotita. Nuestra alegría fue indescriptible. Nada se podía comparar con nuestro “cuatro ruedas”.
No pasábamos más frío en invierno, no teníamos más miedo a los revolcones que nos llevábamos con la vieja Vespa, y nos desplazábamos orgullosamente con el Toyotita -como si fuera un auto de gran prestigio- por todo Montevideo y alguna otra localidad, como Parque del Plata donde veraneábamos con mi suegro.
Me acuerdo de muchas anécdotas sobre este pequeño vehículo.
Una de las más risueñas fue al final de una fiesta que se celebró en el UAS cuando uno de mis estudiantes me pidió que “acercara” a su mamá en “nuestro auto” hasta su residencia. Obviamente, dije que sí con la mayor inocencia. A la salida, la señora,- una italiana alta y elegantísima- preguntó con una sonrisa “dónde estaba nuestro auto”. Cuando se lo señalé quedó atónita. “¡Picolino!” –me dijo- “¡Picolino!” A mí se me cayó el alma al piso. Y sí; era nomás “picolino”. Le cedí el primer asiento y yo-que también soy alta y grandota- viajé doblada/plegada y como pude en el asiento de atrás. No nos defraudó tampoco esa vez; la señora llegó sana y salva a su casa y nosotros también.
Con muchos años de trabajo, logramos cambiar a otros autos más aparentes.
Incluso llegamos a los cero kilómetro con cuatro puertas-siempre en la línea de los utilitarios- pero la satisfacción que nos dio ese primer autito quedó para siempre en nuestro recuerdo y en algunas fotos donde nos vemos… ¡Ay! ¡Tan jóvenes y tan felices!