María de Buenos Aires

lunes, 14 de febrero de 2011

Casos y cosas: tramiteando





Yo sé que a muchos les puede sorprender el título de la entrega de hoy, para el cual inventé un neologismo: es decir, una palabra “aparentemente” nueva, ya que los modelos para crearla ya existen en la lengua. De “trámite” se puede crear el verbo “tramitear” y de ahí su natural gerundio “tramiteando”
¿Por qué?
Porque unos meses atrás anduve “tramiteando”.
Me conquistó la idea de hacer un nuevo curso en línea-fíjense qué moderna- en una institución española. La convocatoria me llegó por medio de la SPEU, la Sociedad de Profesores de Idioma Español del Uruguay, a la cual pertenezco desde sus inicios. La Institución, impecable, difunde todo lo que pueda ser de interés. En un principio-para curarme en salud- pregunté si había “límite de edad”. Ya se sabe que cuando se llega a belloto, la discriminación por ese motivo es absolutamente normal. Pero no. ¡Albricias! –que originalmente significaba “buenas noticias” - no había límite de edad, es decir que esta bellota se podía presentar como candidata.
Sí había límite de cupo. Ah, bueno. Si solo “entran” cuarenta personas, es probable que se elijan a las más “aptas”,- léase las más jóvenes. Me invitaron-de todas formas- a llenar el formulario de inscripción. Por si las moscas, lo hice y lo envié. Hete aquí que a vuelta de correo-electrónico, por supu- me dijeron que había sido aceptada y me dieron a continuación una cantidad de instrucciones para hacer el pago vía Banco.

¿“BANCARIZACIÓN”?
En el boletín del Consejo Directivo Autónomo de Jubilados y Pensionistas de AEBU de agosto 2010,( mi esposo fue empleado bancario durante más de cuarenta años…) aparece este titular:
BANCARIZACIÓN
Nuestra propuesta de futuro
Entre los múltiples problemas que se presentan para el desarrollo de la bancarización se encuentra éste que copio textual:
“Existe un alto porcentaje de la población que no utiliza servicios bancarios para hacer sus transacciones”.
No pongo en duda de que esta afirmación, es, absolutamente cierta.
Es increíble la cantidad de vueltas que hay que dar en este país para realizar una transferencia de dinero a una institución extranjera. Me dirigí primero al banco señalado por la institución española, que obviamente tiene un pomposo nombre que indica que proviene de la madre patria. Esperé más o menos cuarenta minutos en un saloncito donde había empleados atendiendo público. No había números, por lo tanto, el lugar había que defenderlo como un bastión de guerra. Cuando llegaba alguno y miraba, alguien se encargaba de decirle: “estamos nosotros, después está el señor, también aquella señorita, y acá-señalando al bulto o sea yo- está esta señora”.
– “Yo vengo a reclamar porque me cobraron mal un recargo”…. Decía el iluso en cuestión. –“Ah, no sé- le contestaba el de turno. Hay que esperar. Todos estamos esperando”.
Cuando me llegó algo así como “el turno”-defendido a diestra y siniestra- me tocó un pelado que, haciendo un esfuerzo increíble me dijo: “¿en qué la puedo servir”?
Contenta con el recibimiento, pensé “esto será pan comido” y desarrollé mi tesina: “quiero hacer un curso en el instituto X que es español, y necesito hacer una transferencia de dinero X para la cuenta X”. Y me quedé muy oronda. - “¿Su número de cuenta, señora”?-vociferó el susodicho. “No tengo cuenta acá”. “¿No tiene cuenta acá y pretende que le hagamos una transferencia?” Ahí empecé a sentir esa sensación extraña, nauseosa, de desubicación y de “qué estoy haciendo yo acá”, que me aparece cuando siento que hice algo mal y que no sé cómo salir del paso. Para ese momento, ya todos me miraban con cara de pocos amigos, y faltaba muy poco para que se me acercara alguno de los cancerberos que abundan en esas instituciones y me sacara a patadas a la calle. “¡No señora, si no tiene cuenta acá, no podemos hacer una transferencia bancaria a ningún lado!”- gritó el desagradable de despoblada testa. Acto seguido, atendió una llamada telefónica y me dejó sentada, doblando los papeles, abochornadísima y sin saber qué hacer. Interrumpió su charla telefónica para espetarme: “Busque otro lugar que le haga la transferencia, ¡yo no estoy en eso!” Lógicamente, lo último que me gritó fue para que no le preguntara adónde me podía dirigir. Me levanté y salí corriendo para que los otros no me lincharan.
Olvidé decir que llovía a cántaros, y que aunque el banco en cuestión me queda a un par de cuadras, me mojé miserablemente. En casa, me cambié de ropa, recapacité y volví a la carga- o sea a la calle-. Enfrente tengo un local de pagos. Cuando crucé la calle evitando los charcos, vi a todas las empleadas felicísimas porque se había producido un apagón y por lo tanto no tenían que trabajar. De todas maneras hice la pregunta. Me contestaron que hacían transferencia de dinero, pero “persona a persona”. Yo tenía un número de cuenta, un IBAN y un SWIFT que no sé lo que son pero suenan importantísimos, pero eso no bastaba; necesitaba el número de cédula de alguna persona para hacer el giro.
Crucé otra vez eludiendo los pozos, hasta el Shopping Punta Carretas donde busqué otra casa similar. Por suerte, había luz, y hacían giros. ¡Sí! ¡Hacían giros a personas y también a instituciones. ¡Sí! ¡Oh, Dios misericordioso! –pensé- ¡ Lo tengo resuelto! Pues no. No lo tenía resuelto. El empleado quería que le diera el número de la institución-cada institución que trabaja con esa casa y recibe giros de dinero, tiene un número,- sin ese número no podía hacer nada. Tampoco podía averiguarlo él, tenía que hacerlo yo. Dentro del mismo Shopping fui a un banco donde sí tengo cuenta. Ahí aprendí algunas otras cosas. Los antiguos” oficiales de cuenta” se llaman ahora “ejecutivos de negocios” ¡Qué bonito! ¿No? Aquí sí había números para ser atendido, saqué uno y me dispuse a esperar con paciencia. Para entretenerme saqué el celular que nunca uso. Acto seguido uno de los guardias me dijo que adentro del banco no se podía fumar, ni usar celular o cámara fotográfica y me señaló un cartelito con los tres íconos tachados- así si uno no sabe leer puede entender lo que no se puede hacer-. Bien. Vuelta a esperar mi turno.
Allá a las cansadas y cuando estaba a punto de dormirme en un hombro vecino, el ejecutivo cantó mi número, me dijo que sí, que se podía hacer la transferencia bancaria, y que necesitaba la dirección de la institución. No le bastaba con el número de cuenta, ni el IBAN ni el SWIFT- que suenan como para impresionar-. Felizmente, pude conseguir una copia del formulario que había que llenar CON TODOS LOS DATOS OBLIGATORIOS QUE SON LOS QUE TIENEN ASTERISCOS. Lo pongo en mayúsculas para que lo sepan por si alguna vez les toca alguna circunstancia similar.
Al día siguiente, con el formulario completo, después de una espera de más de una hora, conseguí hacer la transferencia en cuestión.
Después de todas estas peripecias, logré pagar el curso en cuestión, que dicho sea de paso ya terminé. No crean que me saqué un “sote” –simplemente tengo un certificado que asegura que aprobé el curso cuyo pago me hizo dar más vueltas que galleta en boca de vieja.

Termino este artículo con esta filosófica reflexión:
¿BANCARIZACIÓN? Jajajaja ¡BANCARIOLA!

3 comentarios:

D. Inés Cortón dijo...

Mi querida Alfa! Cómo me divertí con esta nota, pero... qué identificada me sentí! Uruguay y Argentina son más que simples hermanos, son mellizos y sin duda, como cuentan de los mellizos sienten y actúan de la misma manera. No sé si lo harán en todo, pero en esto, puedo jurar que sí. Jjaajajaja. Me encantó y me divertí. Besos

Suzy dijo...

A mí también me encantó! Qué lío ... como de película! jajajaa

Alfa Segovia dijo...

¡Gracias a las dos!
En realidad pienso lo que afirmaba Cortázar: "el humor es lo más serio que hay". jajajajajajaja
A veces, por medio del humor "exhorcisamos" nuestras malas experiencias para que no se repitan.
Cariños