María de Buenos Aires

miércoles, 4 de mayo de 2011

Gracias, Maestro Ernesto Sabato



Gracias por sus obras, por estar siempre en el lugar y tiempo correcto, por haber renunciado a la Física para hacer Literatura dejando el laboratorio Curie, por haber sido el esposo de Matilde y un padre estupendo de dos hijos –uno de ellos lamentablemente perdido en un terrible accidente de tránsito-.
Gracias también por haber venido al LATU de Montevideo, donde tuve la oportunidad de verlo y oírlo -con la suficiente maldita timidez que me caracteriza, que me impidió acercarme, pero con la alegría de tenerlo ahí nomás, a pocos pasos, escuchando sus sabias palabras siempre certeras-.
Pero por sobre todas las cosas, gracias por su obra, en especial, por sus ensayos; sin lugar a dudas por los que escribió en su libro “Apologías y Rechazos” que tanto bien me hizo en épocas difíciles, cuando era una estudiante de Letras que trataba de salir a flote, chapaleando a duras penas con un sueldito de morondanga, estudiando los fines de semana, durante las vacaciones, y hasta en los ratos del viaje en trolley desde la Ciudad Vieja- donde tenía un humildísimo empleíto administrativo-, hasta el antiguo IFYCLE ( Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras), (actualmente Universidad Católica, donde pude concluir la primera Licenciatura-).
Ese libro suyo, “Apologías y Rechazos” me dio la suficiente fuerza como para vencer las adversidades que se me cruzaron en la dura vida estudiantil, en pleno período dictatorial. La dictadura no era únicamente impuesta por los militares sino también por civiles más severos que las llamadas “autoridades de facto”. ¡Cuántos buenos profesores de la época fueron expulsados y sustituidos por otros que no tenían nada más que la virtud de haber acatado sin protesta la absurda imposición! ¡Cuántas zozobras para poder leer y divulgar todo lo que estaba absolutamente prohibido! ¡Hasta el dulce “Perico” de Juan José Morosoli, fue injustamente “sacado” de las lecturas explicadas que podíamos utilizar! ¡Cuánto maltrato sufrido en aras de una “purga” brutal por motivos pura y exclusivamente represivos! ¡Cuántos horrorosos programas kilométricos “nos comimos” para satisfacer a los mandos de turno!
En “Apologías y Rechazos”-tengo la primera edición de 1979- encontré un consuelo inusual en un ensayo que usted tituló: “Los males de la educación”. En un artículo que escribí hace años para presentar en un congreso, argumenté- en base a sus ideas- lo siguiente:
“Muchos docentes continúan creyendo que el joven debe leer obligatoriamente a los clásicos o a los autores “difíciles” y por eso sostienen que es necesario que permanezcan en nuestros programas de estudio como una exigencia sin opción de cambio. Nosotros tenemos nuestras serias dudas. Cuando las hemos planteado a algunos colegas tradicionalistas hemos provocado furibundas réplicas y no pocos nos observan como suponemos que los famas deben observar a los cronopios. Felizmente, algún genio contemporáneo ha acudido en nuestra ayuda y leyéndolo hemos recobrado el aliento y la fuerza para sostener nuestras ideas. Por ejemplo: Ernesto Sábato, en un ensayo sobre los males de la educación donde señala la cantidad de títulos de libros y autores de un programa kilométrico que un chico debe leer dice: “El resultado lo conocemos, casi jamás el profesor corriente puede llegar a los últimos capítulos, o como se dice en la jerga: “no puede desarrollar el programa” con lo que el chico se queda sin conocer a los escritores contemporáneos que son los que mejor podrían hacer prender en su espíritu el amor por la literatura, porque son los que le hablarían en el lenguaje más cercano a sus angustias y esperanzas. Motivo por el cual habría que enseñar la literatura al revés, empezando por los creadores de nuestro tiempo, para que más tarde el alumno llegue a apasionarse por lo que Homero o Cervantes escribieron sobre el amor y la muerte, sobre la dicha y la esperanza, sobre la soledad y el heroísmo.”
¡Cuánta verdad en sus palabras, Maestro! A través de los años, usted me siguió convenciendo absolutamente sobre todo lo que puede aportar la buena literatura- la suya, por ejemplo, me habló en “el lenguaje más cercano a mis angustias y esperanzas”. Por eso me impulsó a seguir estudiando, a no desmayarme, a no colapsar, pese a todas las adversidades contra viento y marea.
¡Cómo no le voy a estar agradecida!
¡Descanse en paz, querido Maestro Ernesto Sabato*!

*Así, -sin tilde- firmaba él su apellido

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